La concha de tu madre hijo de puta, rezaba la abuela Nelly a gritos. Rezaba puesto que tenía un rosario en la mano, como amuleto o para implorar el perdón de Dios tras cada injuria lanzada al hombre de negro. Pero así es el amor, así la pasión. Así es el fútbol y así lo entiende, se los aseguro, Dios.
Así lo entiende. Sino no se explica por qué después de cada partido ese mismo sujeto que resultaba maldecido y odiado se acercaba a la tribuna donde ella había, minutos antes, proyectado un incontable número de palabras no apta para menores en busca de unos amargos y unas sonrisas encontrándose también con un innecesario perdón escudado tras un: el fútbol y los chicos me ponen así, de ella, de la abuela Nelly.
No era mi abuela pero era mi abuela. No era la madre de mi madre, ni la de mi padre. Era la madre de un sentimiento: amor. El amor que amamantaba a todos y cada uno de los chicos de "la 89". Era mi abuela.
Y fue ella el eslabón principal del equipo. Ella quien nos enseño verdaderamente a jugar al fútbol. Ahora lo entiendo. Un director técnico te puede enseñar las reglas del juego, tácticas y jugadas preparadas, te puede enseñar y preparar físicamente, pero no es sino quien te enseña a compartir y a querer a tus amigos y compañeros, a confiar en ellos quien realmente te enseña el valor del fútbol. Quien te enseña a jugarlo. A amarlo. Ahora lo entiendo. Años haciéndolo sin darme cuenta y ahora que no está mas lo comprendo.
Una de las cosas que mas disfruto y amo en la vida es el fútbol y eso no se lo debo a nadie más que a ella y ahora lo sé. Es por eso que escribo esto, ya no triste, sino melancólico, no llorando sino riendo, entendiendo que aun sin estar mas acá sigue enseñándome cosas y abriéndome los ojos. Por eso y por muchas cosas mas gracias Abuela.
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